II Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"



© de las autoras

Andrea Victoria Álvarez (Caracas/Venezuela)

Los Balcanes

Siguen igual
las mismas caras azuladas
y sus tentáculos ennegrecidos, piden pan.

Hoy, el mismo rictus de sacrificio organizado
cuelga en los tarantines de la esperanza.

La avaricia cambia de dueños
y en los confines de prehistóricos balcones
sus barrotes de percusión
esperan la salida de los astros
en un eclipse total de sol.

Soledades de metal.

Las manos sudan
sus fragancias de verano.

El aroma inconfundible del mutismo
perturba el asfalto
con algún pachulí viajero.

Todos vamos
sobre la misma ruta.

Sobre los mismos rieles retraídos
del silencio.

Hay tanta gente aquí
que nuestras soledades
se estrellan.

Urbes infinitas

- ¿Te ha sucedido alguna vez ver una ciudad que se parezca a ésta? –
/Italo Calvino/


I

La procesión va por dentro
árbol de copas caídas, sin verdor.
Aquel hombre sin abriles, sin cabellos
arqueado al conjuro de los años, seco.
Vigías de las ciudades y sus humaredas.
Derramada savia del fruto ausente
en la corteza del recuerdo, adentro.

Mis raíces se enredan en sus corpúsculos de asfalto
viajan en sus hojas
al febril vaivén del pensamiento.

Inciden las vertientes,
cruces en que transmigran mis urbes
opacas y sin tiempo.


II

Me adentro en sus pupilas de argamasa,
por sus venas de sombras y luces amarillas.
Las luces ilustradas de las calles.
Sus faros nos aglutinan sobre sus rieles
como estación del metro,
suma de nuestros pasos, pienso:
Los que suben, los que bajan
y los que vamos quedando
en la cuenta inmaculada del calvario.


III

Desde éste pináculo de maquetas
mis urbes y sus mamposterías
tienen el diseño intacto y negligente
de un arquitecto de facto.
Las mismas soledades se repiten.
Idénticas sus casas aniñadas
con rictus de pobrezas en las manos.
Sus causes con más calles, con más carros, nos llevan
a ningún lado.

Mi ciudad es suma de vidas,
con sus luces, con sus huellas, nuestros pasos.
Un transeúnte más por las sendas intestinas del ocaso.

Oración póstuma al silencio

Desde un cielo disfrazado de olvido
todo cae a la memoria.

Las mismas nubes precipitan su descenso,
trémulas.
Son resuellos de la carne
en que suspende el silencio.

No se detienen,
tornan sobre los pasos cáusticos del ayer.
Cuando el olvido nos debe
un atajo hacia la libertad;
sin el sentido oculto en que divisan al espejo
las sombras detractoras de la piel.

Asoman
por los vértices de la noche
y desgarran las mantillas del olvido.
Secuestran en el filo de sus leguas
a la lejana inocencia de mis poros.

Cuando la noche las disipe, será libre
el violáceo rostro de la culpa,
póstuma oración de mi silencio.

Esther Andradi (Berlín/Alemania)

Cerraduras

Todo comenzó cuando llegó ésa, la de las medias negras. Pero cómo, me dije, si a este pueblo nunca viene nadie. Pero ella llegó. Yo le aseguro que hasta ese momento todo había ido bien. Bueno, bien, bien, lo que se dice bien, no, porque usted sabe, siempre hay dificultades entre dos, aunque una viva en un pueblo miserable como éste. No, no quiero decir que yo quería otra cosa, claro que no, sólo que tampoco puedo dejar de ver que donde vivíamos y cómo no era lo mejor del mundo. No, no lo era, pero ¿qué más da? Yo me conocía todo por allí, sabía como ir a la panadería y a qué hora recoger los mejores panes, y también en qué momento ir a buscar la leche recién ordeñada, y cuando florecían las glicinas y el tiempo en que los chicos comenzaban a dar vueltas en bicicleta alrededor de la plaza. Yo no tenía problemas, hasta que llegó ésa con las medias negras. Pero si aquí hacía años que no se aparecía nadie, y de pronto. Claro, yo le digo que “pasar” mucha gente “pasa” por aquí, pero nadie, lo que se dice nadie, se queda. Y yo me conocía todo.
Cuando aterricé aquí no era otra cosa este maldito pueblo, claro que no. Vinimos porque él dijo que comenzaríamos una nueva vida, y yo lo seguí, porque hombre, lo que se dice hombre, se lo aseguro que lo fue para mí. Bueno, qué quiere que le cuente, hacía lo que tenía que hacer y no molestaba, aunque los vecinos de aquí a veces nos miraran con cierto recelo, pero tampoco tanto, puesto que él era de aquí y lo conocían desde chiquito, cuando tomaba su caballo y lo hacía galopar sin aliento hasta la escuela. Y lo conocían los herreros, los borrachos y los tenderos. Todos los de aquí lo conocían, porque los que nacen aquí siempre vuelven, si es que alguna vez se atreven a salir. Por lo menos, no hay hombre que no haya vuelto con una mujer prendida del brazo.
Y yo, con tantos años aquí, ya me conocía todo. Sabía las reacciones de cada uno, y también cuántas palabras tenía que gastar en cada sitio, y qué sílabas también, porque son las sílabas que aquí se usan y una no puede andar hablando cualquier cosa, y lo mejor es aprenderse lo que hay que decir, y después callar. Y le aseguro que en medio de unas cuántas combinaciones posibles, el silencio es bien grande.
Así que me encerraba. Digamos que para el pueblo yo hacía lo justo, es decir, estar adentro. Pero para mí significaba encerrarme. ¿Sabe por qué se lo digo? Porque sentía como que ponía una llave, así como una inserta la llave en la cerradura, ¿si? que claro que no es fácil andar explicando esto en el pueblo, porque las llaves y las cerraduras de ellos son como las palabras que usan . Así de fáciles y sin complicaciones. Cualquiera, si quisiera, podría abrir las puertas del otro y robarle. Pero ¿para qué? si todos tienen lo mismo.
Porque en este miserable pueblo no hay lugar para complicaciones. Y yo sí que tenía mi de cerradura metal, con cuatro combinaciones y candados y le aseguro que oía cómo chirriaba la llave cuando entraba en el estómago y el clic del candado que cerraba mi cabeza. Los demás no lo sabían, claro, ellos nunca saben. Y él tampoco. Porque al fin y al cabo, era un muchacho de este pueblo, bueno y trabajador como se dice, y a él qué podrían importarle mis candados, los archivos que guardaba con meticulosidad y que, de cuando en cuando, me dedicaba a ordenarlos.
Y vivíamos así, sin complicaciones, porque no había nada de qué complicarse. Todo estaba programado desde que llegamos aquí, y sabíamos que con nosotros se acabaría alguna vez, porque no había semen que traspasara mis candados ni preñadera posible. Así que todo acabaría de la misma manera como vinimos, por el camino que entonces era de tierra y ahora es de asfalto pero lo mismo da. Aunque con el asfalto se aventura uno que otro por aquí, como ésa, la de las medias negras.
Lo que pasa es que aquí, a fuerza de hablar sólo unas cuantas sílabas con combinaciones programadas, pero que para el caso significan más o menos lo mismo, la gente no se ocupa de ninguna cuestión que tenga que ver con otra cosa que lo que aquí se usa. ¿Para qué? Si todo está escrito -es un decir, porque aquí nadie escribe nada- de cómo van a terminar las cosas, aunque se me hace que con el pleito de la de las medias negras algo puede cambiar, pero en realidad, no lo sé. Tal vez, ni así tampoco.
Antes que nada, el silencio. ¡Si usted supiera! Cuando volvía de hacer las compras, absolutamente rutinarias, después de haber intercalado cuatro o cinco veces las sílabas correspondientes, después de haber movido la boca como se debe, mostrar un poco los dientes y hacer un extraño sonido con la garganta, que según parece es un resquicio de lo que alguna vez se llamó sonrisa, yo me quedaba con todo el silencio espeso encima sin ser capaz de disolverlo, tenía que archivarlo con candados y llaves en el estómago y el cerebro, y el silencio era tan cargado que yo podía oír el clic de las llaves como le decía antes.
Alguna vez me pregunté, claro, pero hace tiempo, si ellos no tendrían también ese vacío en el estómago, esa concentración de dolor en un punto que oscila y se hace denso, y que de repente no me dejaba respirar, pero después bajaba y subía y al rato parecía que se eliminaba, pero no, se quedaba. Ahí se instalaba. Debí cambiar varias veces el tamaño de mis cerraduras, con eso le digo todo.
¿Que si lo quería? Pero claro que lo quería, si era hombre como tenía que ser y bueno y todo, pero creo que las cosas comenzaron a andar definitivamente al revés cuando nos instalamos en este pueblo. Cada cosa estaba tan bien en su cajón, guardada, lista para sacar y para volver a guardar, que creo que algo funcionaba mal, hasta que llegó ésa, la de las medias negras.
Fue un día de primavera, casi seguro. Había algunas flores de cerezo que coloreaban el camino, el único camino utilizado por los extraños que llegan por aquí. El camino que él y yo hicimos también para llegar, para entrar al pueblo. Recuerdo las flores de cerezo porque contrastaban con sus medias negras. En primer lugar, parece que a pesar del silencio espeso que rodea este pueblo, fui la única que la oyó cantar. Mi primer impulso fue archivar la cuestión en mi estómago cargado de candados, pero quise ver. Seguramente ése es el mayor pecado que puede cometer alguien que vive en un miserable pueblo como éste. Y salí de la casa, como nunca antes lo hubiese hecho, para hacer algo que no tenía utilidad de ningún tipo. Ni para buscar el agua, ni para entenderme en tres palabras con el herrero, en fin, espero que me entienda lo que quiero decirle. Y no sólo salí a mirar, sino que comencé a caminar hacia el encuentro de la voz para toparme con ella. Ahí había un montón de sílabas que yo conocía, pero que desde hacía años no tenía posibilidad de combinarlas con nadie, como hacía ésa, la de las medias negras.
De todas maneras, el que quiera saber, no tiene más que abrir el candado de mis cerraduras, si es que puede. Lo único que le digo, es que después de caminar un trecho la vi. Es decir, vi sus medias negras, vivas, andando, volando, saltando sobre la maleza a la vera del camino. Cantaba. No sé qué cantaba, no podría repetirle lo que he oído.
Ella también me vio, y dejó de cantar, comenzó a gorgojear palabras extrañísimas, y sospecho que me pidió que nos sentáramos al borde del camino donde florecían los cerezos. Sospecho, digo, porque finalmente nos sentamos y me abandoné a su voz y al tejido que sus medias negras hacían con mi pelo, aunque usted insista ahora en decirme que fueron sus manos o qué ése yo, para mí eran sus medias las que me acariciaban. Y a partir de entonces, lo único que le puedo decir es que he vivido como en sueños, ésos que me sobresaltaban cuando me despertaba por la noche diciendo palabras que no se usan en este pueblo ni menos en mi casa, porque como le dije, él no es de muchas palabras, y, después del sueño, yo tenía que apurarme para encerrarlos porque no podía dejar que escaparan libremente e hicieran estragos como yo suponía que hacían los sueños cuando estaban sueltos.
Pero éste era un sueño diferente. Lleno de colores, también, comenzando porque sus medias negras contrastaban con los cerezos recién florecidos. Las chicharras cantaban, y el sol del mediodía me quemaba la punta de la nariz, me hacía entrecerrar los ojos y posiblemente esa es la razón por la que yo recuerdo sus medias pero no su rostro. Y en medio de todo, las palabras. Palabras que antes habría escuchado quizá, antes que yo decidiera archivar todo bajo candados en el cerebro y en el estómago. Sitios de los que ya no sé, ni recuerdo. Ni quiero recordar, menos ahora, después de lo que pasó con ésa la de las medias negras.
Porque lo único que sé, es que ante cada palabra de ella, mi cerebro latía y mi estómago comenzaba a tener maravillosas sensaciones y yo sentía el clic - clic de mis cerraduras desactivarse y ahora y todo, pero no había forma de detener el manejo de las llaves, todo comenzó a dispersarse y yo supe que venía el peligro, peligro, peligro, y después nada más. Nada más porque la memoria inundó el asfalto, las flores de los cerezos, mi estómago volaba por el aire, mi cerebro era ordenado rompecabezas de recuerdos y de sueños que se agolpaban todos a la vez, así bajo el sol del mediodía y a la intemperie, mientras estaba con ésa, la de las medias negras.
Qué importancia tiene saber cuanto tiempo pasó ahora, pero yo ya sabía todo lo que tenía que hacer, y aunque la de las medias negras se resistió un poco, yo tomé sus medias y corrí como hacía tiempo no lo hacía.
Fui feliz, le aseguro, aunque usted –y todos aquí- me acusen de haber cometido algo terrible. Y fui feliz, aún en el momento en que apreté con todas mis fuerzas las medias de seda contra las fibras duras de su cuello y su garganta de hombre bueno cedía entre mis dedos. Y fui feliz también mientras escapaba por el camino, buscándola, que me fue difícil porque yo tenía sus medias negras, el único punto de referencia para localizarla. Que si no me hubiera sido tan difícil, usted no me hubiera encontrado por el camino, no me habría traído aquí, a que yo declare, a que dé explicaciones de algo que ya, definitivamente, como le dije antes, está encerradísimo otra vez en el cubil de mi cerebro. O de mi estómago, como usted quiera.

Silvia Delgado (Bilbao/España)

Duerme, pequeño,
aún tienes tiempo,
duerme, te digo...

Se acercan
con los corazones repletos de larvas
las conciencias sucias,
podridas.

Entran a saco,
para esparcir los cuerpos,
para esparcir los huesos,
para esparcir la vida.
Es una noche sin piedad ni farolas,
una noche que no tiene prisa,
otra noche que no termina.
*

Duerme pequeño,
duerme, te digo,
con los ojos cerrados
y de luto vestido
creerán que estás muerto
y sólo a mí, pasarán a cuchillo.

Duerme, pequeño,
duerme, te exijo.

Hazte el eterno dormido.


No llora mi niño,
mi niño no llora.
No se empeña en el grito
el hambre ya ni le duele.
Ni lo siente.

*

No duerme mi niño chiquito,
los ojos, sin adioses ni canciones,
la boca sin saliva ni protesta
y sobre su cuerpo tibio
reptan gusanos sin cautela.

*

No llora, ni duerme
a duras penas respira
a duras penas es mi hijo
a duras penas es un niño.

*

Que la muerte recoja su tributo,
que le arranque el latido
que le desnuque la vida
que yo ya no aguanto más
ni sus cuencas vacías,
ni su lengua reseca.

Yo ya no aguanto más.


No duermas,
escucha mi canción.
Quédate conmigo
el tiempo es enemigo veloz.

No duermas,
respira,
no tosas,
respira,
es mejor morir de plomo que de sida,
es mejor morir primero,
abrirte el paso,
morir sin muertes prematuras.

No duermas,
no mueras,
nadie sabe qué te espera.
No duermas,
respira,
no tosas,
respira.

Nadie querrá cruzar tus dedos
cuando mueras.


No hay flores sobre tu tumba,
no hay ciervos heridos, ni cachorros perdidos,
ni mujeres,
ni niños.
Solo estás tú
y tu osamenta,
Solo tú
eyaculando calaveras.

No hay flores sobre tu tumba,
no hay plañideras,
no hay sacerdote,
no hay lápida.
Ni en el aire una brizna de lástima.

Sólo estás tú y tu horrible vida a cuestas,
sólo tú,
bestia entre las bestias,
sólo tú en las tinieblas,
solos tú y la tierra.
Tierra que supura por tenerte entre sus piernas.


La muerte miró despacio tu asfixia,
observó el cristal de tu saliva,
la sangre estancada en las venas,
las agujas atravesándote la vida.
Tocó las pústulas,
el cráneo,
la columna.
Olió el aliento,
el sudor,
la orina,
lamió lentamente
las manos esqueléticas,
la lengua acartonada,
los ojos ciegos
la piel azul y amarilla
Y acomodada en el hueco de tu pecho
nombró uno a uno en tu agonía
los muertos con tu firma.

Hombres preñados de violencia,
furtivos hombres con la voz hecha combate
que golpean con el puño la palabra.
Hombres que aúllan de placer
en noches criminales,
que desenvainan la furia desde que nacen.
Hombres que restan corazones,
ferruginosos hombres con puñales.
Hombres a medio parir,
hombres donde no cabe el Hombre.

Hombres así,
que mueren despeñados
mientras afuera siempre llueve
y nadie les reza
y nadie les recuerda.

Lucrecia Coscio (Salta/Argentina)

(La Casa)

Entra la que espera
Tintinea la penumbra
retozando en cualquier ataúd;
destejiendo el tejido
a Nélope, despojada
en la otredad del cuerpo,
cada tarde ser un punto efímero
que perdura en el tiempo
hasta tu sexo
Tejiéndolo con mi vida
mientras ocultan los profetas
que Nélope mentía.

(Detrás de las rejas del Torno)

Se asoma Juana de Asbaje
A la sombra
del ombligo del gigante
que de niña, me dormía
hasta las constelaciones
de los sueños.
Dejarte entrar al jadeo
del valle más oscuro del nectario
y sucumbir
al aroma de tu piel de lluvia
sobre el crujir de mis terrenos.

Durante la gran sequía,
la tentación de la descendencia
o simplemente...
de tu cuerpo.
Pecarte
al tintineo de tu brisa
sobre mis colinas,
al respirar de una corola
entreabierta por los siglos.

(La escalera)

Entra Frida

Deshacerme
en la obsidiana
de tus ojos, mexicana

Des
hacer
me
hacer que me des jes
hacerme
deshaciéndome
Como las hojarascas
remolineas del soñar
como las jazmíneas
cinturas de las vírgenes
Des
hacer
me

Livia Díaz (Veracruz/México)

Rostros

Mi viento se fue. Se barre en una montaña muy lejos, en donde dunas de arena consumen su tiempo.// Su palabra hace huecos, y no ecos. // Los túneles están cerrados, las alcancías vacías. El corazón -como ayer,- es lirio azul en medio de una laguna. Suspirando para que no se cuelen por sus tejidos, estos sentimientos.// Pega las palabras a su paladar, a su cabello, a sus ganas de volver a sonreír.// Su duende la espera sobre una montaña de nubes en donde es divisa el cielo y la neblina.// Su flauta canta canciones, su tarea es ardua porque mi piedra está dura, y fría. Mi tiempo está terminando…

Enmudecí.

10 mil ratones me han cortado las uñas
con cincuenta afilados dientes
en la noche de las confusiones y los abandonos,
mientras Filio cantaba, y el Mastuerzo
me hacía ojitos para que le prestara la guitarra de Cri Cri,
y me encabroné.

Me declaro en huelga de letras
y versos. Sabandija
iguana, araña peluda y paticoja.
Bruja rielera
y sinfonola,
hasta que caigas de la inmensidad.

Un instante antes de morir

conocí el peldaño donde vivir o morir
resulta indiferente.

Tan libre de pasado y de futuro
que puedo decir,
que viví un presente perfecto.

Me dejé guiar por su voz y su coraje.
Embebida en la ternura de la solitud.

No era yo la que quedaba sola,
ustedes se veían muy solitos sin mí.

Gloria Dünkler (Pucón/Chile)

I

Aquí nadie se conoce
ni sabe uno si la familia del vecino no vale un centavo.
Aquí podemos inventarnos una sangre,
un escudo, una leyenda, una muerte gloriosa,
podemos ser, si se nos place,
una estirpe ungida por el rayo.

II

Mientras la luna rueda por los montes
la abuela canta despacio para que hermanita duerma.
¿Quién es la más linda? –susurra-
porque fuerte es el príncipe que velará a los pies de tu lecho
y con su espada de plata le cortará la cabeza, a un ángel si se burla,
o a la bestia que clave sus garras en mi princesa.

Yo sueño.

Mi cachorrito caminar no puede, sostener su nacimiento.
Se revuelca en la placenta de su madre, y ella gime, pues intuye,
que no levantará cabeza su semilla deforme.

Unser Führer

El bigote parece moverse entre aquellos labios que insultan, que escupen, que encienden, el bigote sobre los dientes, el dedo índice acusando a Dios, el bigote muerde palabras, muerde y escupe.
Aún respiran, aún se arrastran, aun ese cadáver ama, aun en las calles la gente tu nombre grita y en ti sostienen sus almas. Muchachas ingenuas abrazando a sus hijos, obesas nodrizas, grasosas, de mejillas coloradas. Puedo sentir el sudor de esas madres empujando, pisoteándome para lograr tocarte. Después de tu discurso les oigo gemir, alzar sus banderas, amarte, acabar allí penetradas por tu brazo en alto, mientras yo agonizo en una sucia trinchera.

III

Hijo: en este nicho descansan los restos tu abuela. Aquí la ví cruzar el río, y al otro lado, mi linaje fue a su encuentro. Aquí descansa -y que no se te olvide- una mujer que luchó y fue amada.

Rastrillos, muebles, vajilla rota, dentaduras podridas, anónimas calaveras. En el museo conservarán los despojos de aquello que fuimos para el mundo. Nadie posee las llaves de esa puerta en el fondo de la sala: ni la historia ni el ideal de algunos diarios y poemas. Allí respira lo que pensamos en realidad, lo que nadie puede exhibir previa compra de un boleto.

IV

Nuestros padres se fueron encogiendo,
apagándose como pichones heridos.
Nosotros seguíamos aguantando aquí, allá,
husmeando con nuestros hocicos,
marcando provincia,
adiestrando a los cachorros en la pelea del inmigrante.

V

Llafenko era un puma que seguía respirando
oculto en la sierra, lamiéndose la herida,
y rompiendo su silencio un día bajó a tomar agua.
Yo también seguía aquí, resistiendo,
negándome al turismo y a sus carreteras,
a la locura, al asilo, a la dictadura del abandono
al olvido de las almas perdidas de cualquier infierno.
Como un tractor oxidándome bajo la lluvia,
como tejas pudriéndose,
como ratones meando en los graneros,
seguíamos aquí esperando el juicio final.

Carmen Julia Holguín (Chihuahua/México)

Descubrimiento

En el bochorno de la tarde
un verso se acomoda
entre los dos cuerpos
sudorosos
después de la pasión.
Asiste silencioso
a la respiración acompasada
de uno,
a la vigilia inútil
del otro,
y recostado plácidamente
entre espalda
y espalda,
de pronto
cobra conciencia exacta de su naturaleza,
se da cuenta
que no es un verso de amor.

Migas

Vuelvo
guiada por el rastro de migas de pan
que dejaron mis hermanas
al abandonar el pueblo.

Regreso
desde una ausencia profunda
y desando los pasos
de las que se fueron después de mí,
creyendo que regresarían,
queriendo regresar.

Recojo en el retorno
cada minúscula huella
que marca el camino del regreso,
para borrarlo todo

el olor a chile,
los ladridos de los perros de la tarde,
el blanco del algodón,
los murmullos tras las ventanas semiabiertas,
las huellas de la pizca de nuez en los dedos,
la iglesia despintada,
los bailes a la luz de la luna,
la escuela frente a nuestra casa,

nosotras

en las calles que dan a los sembradíos,
en las que llevan a los canales,
en las que se dirigen,
a donde habitaban nuestras ilusiones,

nuestros sueños,

nuestras realidades
perdidas.

Lleno mi morral
con pedazos de ayer
para asegurarme
que nunca más,
nadie,
encuentre la forma de volver,

para realmente olvidar,

para realmente curar

esta vez,

ese golpe de corazón
que nos sorprende
de vez en cuando,
todavía.

Actitud

I
Tras la devastación
un murmullo
cosquilleando
una mano abierta
incrédula.
Tú,
al centro
de la nada.

II
La reconstrucción
requiere
de una palabra,
del puño cerrado
para abrir camino
y de la actitud
para iniciar
viajes de reconocimiento
hacia la periferia
y ver el mundo
desde otro ángulo.

Waldina Mejía Medina (Tegucigalpa/Honduras)

Mujer todos los días

Una madre puede hacer
todo lo que hace,
no por ser mamá
sino por ser mujer.
Mamá es una mujer como las otras:
es alegre, tiene canas, se enoja
trata de adelgazar aunque no de a de veras
está enferma
casi no se cuida
mi madre se equivoca
mi mami alguna vez ha sido injusta
lleva sus cuantos errores a la espalda
sus pecadillos por allí escondidos
o deseados
pero mami crió a sus hijos ella sola
y a tres hijos más como a sus propios hijos ella sola
mas era yo tan joven cuando madre quedó sola
que nunca pregunté cómo comimos siempre
y ahora todavía no lo sé
pero tiene que ver con la multiplicación de los pesares.
Ya que es una mujer como las otras
mi madre quiso más de alguna vez
reflorecer su amor
pero los que idolatran el estéril espejo
no entienden
el prodigio
de la transformación del oro en sueños
y si no derrotó en esta batalla
por lo menos a la rabiosa soledad
ya la tiene enjaulada como la bestia horrenda que es
por el claro milagro de los nietos.
Mi mamá nos recibe cuando estamos cansados y caídos
pero no nos convierte las espinas en flores
porque nos enseñó a quitarlas solos
y no es la más clara imagen de Dios sobre la Tierra
no alcanza requisitos para Santa
ni se parece en algo a la Virgen María
sin embargo
mamá puede reír aunque esté triste
madre puede amar aunque ella no sea retribuida
mami puede ayudar aunque ella esté también necesitada
madre puede trabajar aunque haya trabajado
hasta la madrugada/
mamá puede aguantar aunque ya no aguante más.
por eso
mamá es una mujer como las otras
una mujer, sencillamente un ser humano,
le dan derecho a serlo
sus cuidados su ternura su amor por los demás
su aguante para aguantar que ya me habría muerto
y por tanto que es esa mujer
me asombro
me inclino
me acorazo
y no sé cuánto decir
cómo la quiero.

La muerte verdadera

Endurecí mis ojos para que ya no vieran
más pobreza
acallé mis oídos para que ya no oyeran
más dolor
mutilé mi esperanza para que ya no hablara
más Justicia
emparedé mi alma para que ya no amara
la Verdad
y cuando así maté lo más hermoso
me hice duro caucho
que no sonrió, no amó, ni siquiera lloró
mi propia muerte
porque la merecía
para siempre.

Patria

Aquí tenemos el corazón sellado a miedo y lodo.

Con el helado espanto de res en matadero
vemos cómo mutilan a la patria
y asesinan sus sueños
desde siempre

hijo mío, desde siempre
esta hilacha de patria que queremos
porque nos engendró el barro de su dolor
es la cosecha diaria del bandido

y en las aguas sangrientas del dinero
mueren de hambre los hijos de los hombres
y pululan en paz los asesinos.

Pequeño mío,
pájaro florecido del dolor,
cuando a usted le toque ser un hombre
¿cómo será la patria?
¿hoguera enardecida, fuego fatuo?
¿será mejor Usted de lo que nosotros hemos sido?

Olor

“Hombres que me sirvieron de verano…”
Carilda Oliver Labra


Hombres que me sirvieron de morada:
alguien que soñé siempre o me soñó,
uno que tuvo todo y me dio nada,
quien me dijo que no o le dije no.
Él, que para negarme me quería;
aquél, que todavía me reclama;
ése, que de tan suya me hizo mía;
éste, que amo hoy y que hoy me ama.
Todos son míos y yo soy de todos
pues los gocé y sufrí y aunque no quiera,
su esencia está en mi alma entretejida.
Gracias a Ustedes, de distintos modos
crecí en dolor-amor y cuando muera
he de llevar, este Olor a Vida

Amanda Pedrozo (Asunción/Paraguay)

Eclipse

-El ojo de Dios -dijo, mirando el sol rojo que sorbía las sombras, aún aquellas sedosas de los ojos de ella, su único amor que también sería el último (porque los vaticinios). Era tan fácil subir así los peldaños de piedras, con ella respirando a su lado como los pájaros, iluminada por las antorchas de aceite y él podía ver a refilones la piel rojiza y el sudor de su amada llorando sin sufrimiento entre los arañazos de fuego y la fascinación de los hombres, esa muchacha de caricias adivinadas que duraban más allá de la piel y que, ahora sí, en medio del sopor y el delirio del sagrado brebaje cantaba como una niña estremecida y sexual. Cuando el sol rojo se tragó de un soplo todas las sombras y ya era sólo un anillo de oro en la oscuridad el pueblo suplicó de rodillas al ojo de dios y el aullido llegó a las caderas vírgenes de la muchacha que empezó a girar igual que una flor de ceibo que se despeña al mar desde un acantilado, pero era su cabeza que caía desprendida y después el ropaje y los arañazos de fuego sobre las olas de sus cabellos negrísimos en el agua. Y claro, la sangre en la hoja del cuchillo, entre las piedras, y el grito alborozado de los hombres al asomar de nuevo el ojo de dios sobre el pueblo, que es como decir lo único que importa.

Secuestrador

El muchacho soñaba recurrentemente que estaba libre. Despertaba feliz en medio de su sangre y su mierda y el guerrillero que le vigilaba día y noche desde ese momento empezó a soñarse secuestrado, le dolía la respiración y blasfemaba como suele pasar cuando se pierde la libertad y eso es peor que la muerte, entonces ajustó la soga alrededor de su cuello y dejó el cuento sin final porque los muertos no escriben, ya no.

Sylvia Riestra (Montevideo/Uruguay)

Pesadilla

La alegría de lo diferente
de lo minuciosamente elegido
de lo amorosa laboriosamente pensado
quizás una pieza antigua de ese rosado mármol
de las abuelas de la mía
de esos mármoles que venían de otras tierras
engarzados en robles
con espejos que les devolvían
paisajes voces aromas su propia belleza.

Atrás empezaba un sonsonete un gesto
una herida desapacible en el roble
una sierra un listón que se quebraba.

Luego el tropiezo con una piedra
una lápida de mármol rosado
el mismo sonsonete
una minuciosa laboriosa
premeditada preparación
del final
cuando un latido feroz bienaventurado
precipitó el comienzo prematuro de la vigilia
abrió la cáscara del primer huevo de la mañana.

El diagnóstico de suicidio
de suicida ser poeta
que no lo opacara mi entusiasmo
ni los huevos abriéndose.
El éxito del diagnóstico
que se le hiciera realidad
que se confirmara darle la razón
y el asfalto avanzando las ruedas
el mármol mecánico ahora gris
el sonsonete la herida desapacible
hacia el roble aquel
el mármol aquel que de rosado pasaba a gris
con los brillos de las luces que se parecían
a esas luces finales
de las que hablan los que volvieron de la muerte
ese cajón que se abría esperando
pero otra vez -quizás el mismo huevo-
en otro en el mismo lado
volvió a latir a oírse
a romperse
a abrirse.

El cuero de la res, su vellón
colgado al aire
para secarse sacarse los restos de vida
de recuerdo,
una pieza de puzzle
recortada sobre el azul intenso
sobre el verde oscuro
intercambio de sitios.
El cuerpo será velado en vinagre
durante la noche
facilita el cocimiento mejora su gusto.
La cabeza del cordero casi intacta colgando del cuero
esa cabeza veía berreaba era feliz
en los cuentos de mi madre,
en la memoria de esos cuentos.
Se recortaba sobre una pradera celeste,
había una oveja que se distraía
un cordero que se aventuraba.
Sobrevenía la pérdida, la búsqueda
el ahogo compartido
yo pedía siempre ese cuento
su principio despreocupado
su final feliz
su angustia su derrotero calibrado
un puzzle cercenado incompleto
la idea de la desaparición insostenible
a no ser por su naturaleza de cuento
a no ser por la felicidad final del reencuentro.
Sobre el cordero caía la culpa siempre cae la culpa
el rayo de dios la intemperie cósmica
“cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
ten piedad de nosotros”
ahora colgando de un árbol de un poste.
Medir el sufrimiento desde ese cuero memorioso
o desde la madre eglógica
buscando en cada foso del terreno
a su hijo perdido.
Se suceden noche a noche
las ovejas blancas rebosantes de lana
las madres que buscan a sus corderos
perdidos de Dios
de la piedad de Dios
de la piedad de los hombres.

Vellón

El cordero asado a fuego lento
su sacrificio
los invitados y los parientes
de los invitados
observan al cordero estaqueado
deprivado, horizontal
en medio de risotadas brasas cenizas.
El cráneo reseco como mascarón de proa terrestre
en medio de un mar verde.
La oveja encontraba al cordero en el final del cuento de mi madre
topaditas de abrigo de lana de vellones de letras de balidos.
La madre del cordero asado busca al cordero desaparecido
los invitados y los parientes de los invitados no la ven no la oyen
o parece
Ella no sabe que repartieron en porciones humeantes la culpa
ni quién se llevó al cordero quién traicionó
el final del cuento de mi madre
quién repartió en porciones la culpa
quiénes silenciarán lo que supieron, lo que saben todavía.

María del Pilar Romano (Corrientes/Argentina)

El remolino

La primavera aún no dispersaba sus virtudes, pero los lapachos de agosto ya se mostraban voluptuosos, obsesionados con el rosalila de sus corolas. Solamente
el cielo, siempre el mismo, me acompañaba sin poder cubrir del todo mis cicatrices, aún cuando habían decidido seguirme de cerca mis logros, algunos disfrazados de éxitos.
Avancé hasta que un charco me regaló un remolino. Y el remolino me regaló una imagen con rostro de niña, de niña fresca como lechuga fresca. Me incliné y vi
que tenía en los ojos todos los tiempos, como si desde siempre hubiera estado allí. Le ofrecí la bolsa con mis logros para que jugara con ellos, pero no los miró. Sentí, sí, que me preguntaba por lo que no había hecho. Y me llegó el espanto.
Era cruel, como todos los niños en ciertas ocasiones.
–Te lo mostraré yo, me dijo.
No resistiría tener delante de mí todo lo que había dejado sin hacer, lo que no me había animado a hacer. Todo junto, al mismo tiempo. Pero el momento se presentaba como instancia inapelable.
Los tiempos de los ojos de la niña empezaron a envolverme, a presionarme, como a un testigo al que obligan a revivirlo todo. El abrazo de los tiempos carbonizó mis utopías, asesinó a mis mascotas, disolvió mis máscaras, encogió las distancias del olvido y yo sentí un ingobernable deseo de cambiar de piel. Quise cambiar de piel como las serpientes, aunque perdiera el olor que me diferencia de los demás seres vivos. Me hundí en desolaciones heladas y, frente a lo no hecho aún pudiendo, la vecindad de ciertas pieles apetecidas se perdió para siempre.

Impunidad

Harto por ese día ese día del de provocar martirio, el torturador se durmió al fin en la cama solitaria junto a una ventana abierta, borracho hasta la repugnancia. Soñaría, sin duda, con las negras liturgias y los demenciales encuentros.
Se anunció la mañana y el sol comenzó a torturarlo: le estallaba por detrás de las pestañas. Se sentía incapaz de moverse y, junto a esa jaqueca paralizante, le bailaba en la cabeza la idea insoportable de que a ese sol jamás podría encerrarlo.

La brújula y mi pena

Pienso que anochecía cuando encontraste esa brújula con la aguja apuntando al sur. Anochecía, pero aún así pudiste llegar hasta mi pena andariega, que entonces no sabía que era pena.
Tú sí lo sabías y conversaste con ella sin demostrárselo, seducido por su forma de mujer. Ella caminó a tu lado y hasta la convenciste de que subiera a tu extraño barco de papel.
Fue mi pena quien te pidió que le vendaras los ojos, para aquietar su locura. Y se sintió de pronto navegando en aguas fascinantes. Se creyó mujer, mujer con hombros mojados de lluvia y hasta se atrevió intentar un contoneo, olvidándose de que la perseguía una tropilla de inviernos.
Yo la vi alejarse, pero no sentí pena por mi pena. Siempre supe que regresaría.

Norma Segades (Santa Fe/Argentina)

Nocturno del miedo

Es de noche.
Tú sabes…
Hay ojos amarillos
edificando negras soledades
en extrañas esquinas.
Y hay corazones ciegos
suplicando mendrugos de palabras
ante espaldas dormidas.
Y hay hombres revolviendo en la tristeza
para encontrar un eco,
un trozo flaco,
las hilachas desnudas de una risa.
Y hay dolores gastados,
y amores sin abrigo,
y mujeres marchitas
vendiendo en la intemperie
su follaje de espinas.
Es de noche.
Tú sabes…
El mundo es una espada
decapitando rosas ateridas.
Es un hueco de vísceras aullantes,
un infierno de luna
diseminando gotas de ceniza.
¡Qué suerte este destino de sabernos,
de tocarnos
y vernos
y sentirnos,
de amarrar,
al ocaso,
la proa de tus manos errabundas
en mi cintura herida!
Abrázame,
amor mío.
Es de noche.
Tú sabes…
En los desfiladeros del silencio
muerden fauces salvajes
las violetas perdidas.

Las madres.

“Ya no es verano. No hay Dios.”
Edith Goel (Argentina-Israel)


Danzan al son del viento.
Danzan con un manojo de memoria
trenzado en el cabello, prendido en la solapa.
Danzan en los umbrales de un insomnio que devora retinas,
que adivina los cuerpos pudriéndose en la entraña del agua turbulenta,
que denuncia las llagas gestándose en los huecos de las noches sin dioses,
que reclama al silencio su azul cosmogonía de esperanza,
vagando por los jueves en la plaza del miedo
ante un pueblo que inventa absoluciones,
que indulta las afrentas.

Danzan sobre su llanto
al ritmo de la lluvia en las baldosas,
al compás de esos nombres que no quiebra la furia
con sus rabos de enconos clandestinos desciñendo relámpagos,
ni la boca asesina consumando rituales de harina fraudulenta;
que no rompe el sigilo de uniformes reptando por senderos impunes
ni la iglesia ocultando la identidad secreta del verdugo
ni la letra amarilla escribiendo otra historia
ni la calumnia alzando sus estigmas
ni la hirsuta impotencia.

Danzan entre el ultraje,
danzan sus terquedades insolentes,
danzan entre recuerdos, entre antiguos retratos,
entre gestos de infancias inocentes encendiendo sonrisas.
Renacidas al mundo desde las hendiduras de sufridas placentas,
paridas por los mismos que parieron sus muslos hace espesos veranos,
delatando los odios que acribillaron pájaros dormidos
cuando urdía la angustia sus tramas de desvelo,
cuando se rebelaron los geranios
y comenzó la ausencia.

Acerca del pecado.

Alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando las granadas.
Clavaba su obsidiana en las rojas entrañas de los frutos,
con tal alevosía,
que los lobos jadearon sus maldades agrestes,
impacientaron los colmillos
y algunas mariposas asustadas volaron a esconderse entre los matorrales de azucenas.
Fue hace muchos veranos.
Cuando cada glicina liberaba resplandores violetas,
podían escucharse los silencios,
crepitaban capullos y misterios entre los alelíes.
Más allá del eclipse que mutiló los flancos de la luna con sus oscuros dientes milenarios.
Más acá de los miedos, de los despojamientos, de los cirios humeantes bajo las hornacinas
encendidos en honor de los dioses de las duras plegarias y las largas vigilias.
Después del caos.
Antes de la desdicha.
En la segunda edad de las tinieblas.
Mientras caía una llovizna lenta sobre la soledad de las diamelas.
Mientras caía una llovizna lenta.
Mientras caía la llovizna.
Fue hace muchos veranos.
Delante de los pétalos donde anida el pecado y lo desconocido
y el rostro de los muertos renace en las texturas del azogue
y una fragancia a espesa desmesura aturde los sentidos
y desde el fondo de la sangre se acercan los demonios a reclamar la ofrenda de las lágrimas.
Detrás de las lavandas que escribían canciones y poemas.
Detrás de las lavandas.
Donde habitaban las serpientes.
Aún nada estaba escrito sobre la piel del odio
y hasta el plantío de las nomeolvides no habían arribado los murciélagos con sus extrañas voces,
sus membranas viscosas,
sus leyendas oscuras.
Nada estaba tallado en las bitácoras de los estupores cuando anduvo la sombra cubriendo el infortunio.
Y los viejos labriegos ni siquiera pudieron presentirla.
No notaron la ausencia de la maga en las eucaristías.
No escucharon gemidos vagabundos,
sofocados en el estanque de los lirios.
Ni el eco de sollozos en el viento
pronunciando los nombres de aquellos que habían sido talismanes, conjuros, amuletos.
Ni el aullido de sueños decapitados como las codornices.
Sin embargo,
alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando todas las granadas.
Adhesiones de escritoras
Al Movimiento Internacional "Los puños de la paloma".


En celebración del recital poético que tendrá lugar en el contexto del II Encuentro Internacional de Escritoras, entre el 14 y el 20 de septiembre 2008, en la provincia de Santa Fe, Argentina, nosotras nos unimos en hermandad:

María Fernanda Aretzen, desde Winnipeg, Canadá - Elvia Ardalani, desde Texas, EE.UU. - Soledad Cavero, desde Madrid, España - Isabel Díez Serrano, desde México DC, México - Ana María Fernando, desde la Patagonia, Argentina - Yoli Fidanza, desde Buenos Aires, Argentina - Martha Lorena Montalvo, desde Cohuila, México - Pepa Nieto, desde Madrid, España - Nela Rio desde Fredericton, Canadá - Lady Rojas Benavente, desde Ottawa, Canadá - Marta Raquel Zabaleta, desde Londres, Inglaterra.

Deseamos un magnífico II Encuentro Internacional de Escritoras, y felicitamos con admiración y respeto a Norma Segades-Manías fundadora y organizadora de este evento internacional.
Este es el segundo año en que escritoras afiliadas al Registro Creativo se unen al Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma".
Saludos afectuosos a todas las escritoras participantes reunidas en Santa Fe, Argentina.
Muchas gracias por recibirnos,

Nela Rio
Presidenta del Registro Creativo
de la Asociación Canadiense de Hispanistas

Elvia Ardalani (Edinburg, Texas, Estados Unidos)

Sobrevives

Sobrevives al polvo de mis muebles
a las fustas blancas de esta casa
a las lenguas malditas que gastan las palabras
a la mujer llorosa en su mentira
al tipo que tapia las ventanas
al niño tarántula que se comió a su madre

sobrevives milagrosamente sobrevives
al inmenso desorden colectivo
al árbol imaginariamente caído en tu memoria
a la tumba del nunca concebido
a la pizarra rayoneada de la infancia

sobrevives a esta vocación irreparable
a los monstruos ocultos en el césped
al estómago ansioso de presagios
a la tristeza congénita del útero acerado
a la ofensiva luctuosa del olvido

sobrevives al caos cotidiano de tu ausencia
a los escaparates clandestinos del deseo
al huérfano que pide limosna en las esquinas
a las cartas pensadas con miedo los domingos
a la audacia imprevista del carguero que entrega
una estampida de perros cazadores
a no tenernos nunca a no soñarnos

sobrevives milagrosamente sobrevives
al dardo envenenado del destiempo
a la fractura fresca del reproche
al guantazo brutal de la conciencia
a los gatos hambrientos de la noche
a la caída final a estos infiernos
al polvo de mis muebles sobrevives.

Ana Aridjis (Morelia/México)

La Tierra

La vuelta que da la tierra
escasez, abundancia,
lluvia, sequía,
calma, tempestad,
extinción y novedad de creación.
La vuelta que damos con la tierra
parte de la creación protegida
prosperidad y abundancia;
parte de la creación pobre
sin hábitat ni comida.
Gira hacia la sorpresa
los comunicados y los aislados,
la brecha, el abismo.
La vuelta que da la tierra
del color océano al desierto,
del cielo azulado al amarillo oro,
de la canción alegre
al llanto melancólico.
Las vueltas que da la tierra
despacio, sin sentirlas
en el corazón del hombre
que nace con un latido
y en su centro, la tierra,
imán dando la vuelta.

María Fernanda Arentsen (Winnipeg-Manitoba/Canadá)

Fuera

¿y decirte…?
quizás una ciega angustia
como cuentas derramadas
de unas cuantas utopías

inasible ya el eco de los cisnes
aquí o allá… (qué más da)
se instaló el desaliento
del patito feo
no ya volar
ni siquiera esperar
cubrir de blancas alas
ese hueco que insiste
perpetuando intemperies
soledades
fatigas
no refugios

Soledad Cavero (Madrid/España)

Historia de una nube
A mi hija

Serenamente altiva en su trayecto
de frágil negritud llega la nube,
navega tras el viento que la empuja
a disolverse en el naufragio,
en el caos confuso que diseña
su levedad de cuerpo en el vacío.
La tempestad,
con pasión fecunda y protectora,
la llevará en sus brazos
hasta la misma puerta del olvido.
Celesta ya en su casa,
sobre el lejano Oriente de los sueños
la lluvia del ayer será su consejera.

Isabel Díez Serrano (Villa de El Escorial-Madrid/España)

Ya la morada de la serenidad me acoge.

Mis desvelos, mil veces abortados
cruzan el pasadizo que anhelaba.
Pasó pronto la madurez. Atisban
recuerdos y memorias de estaciones
donde dejamos la pregunta a ciegas.
No pesa el equipaje, pesa
aquello que no se declaraba:
el amor, aquel beso no dado,
las horas no cantadas,
la palabra que nunca se pronuncia,
se ahoga en la garganta, la dejamos
atada, bien atada para que no delate
nuestra debilidad; nos hace fuertes
el sabernos de incógnita, de --no te conocemos—
Y naces, otra vez naces
rebelde, mas sereno
y azules mariposas que alberga nuestra sangre
gritan, se mueven, aletean
deseando salir al exterior,
romper con la cordura,
vivir con ritmo propio,
poner límite al último camino.
No volver a ser necio.

Ana María Fernando (Chubut/Argentina)

Abre el alma…

Abre el alma
…que se despereza la mañana
el tiempo caprichoso se escapa
mientras la vida se desgrana.
Abre el alma
… el hoy ya no está
fugó por la gran ventana
girando de revés buscando su casa.
Abre el alma
… la oportunidad es una cascada
si no te apuras… ella se marcha…
atesora los momentos en tu cama…
Abre el alma
sé como quieras… sin trampas
ya sabes… el que no arriesga… no gana
y la ocasión es una tirana.
Abre el alma
… sé feliz entre montañas
no te encadenes al carro de mortajas
la libertad de amar es tuya… acéptala…

Yolí Fidanza (Buenos Aires/Argentina)

El universo de Ramona Montiel

Desde el barrio del bajo
de techumbres plateadas por la luna
hasta la villa,
llaga de lata carcomida de herrumbre
con muros de encalado maquillaje
que no esconden un rubor de vergüenza.

Desde mamá y papá que por vos se desvelan
entre el barro y el zinc de la miseria,
la niña bien peinada con moños en la trenza
nieve en el guardapolvo
y de uniforme azul el cuaderno de escuela.

Desde aquellos domingos de plaza con sortija
de tardes con un Cielo de rayuela
y en el día de Reyes, el trapo hecho muñeca
y la bic. ¡Ay, para el año que viene,
otra vez dando adiós al deseo!

Hasta la muchachita
- Nena que creciste tan pronto
y la blusa no cierra
y ya andás a escondidas
pintándote los labios.
Los sueños imitando argumentos de cine
Deshecha la esperanza del amor feliz y bendecido.

Hasta la tentación de ir a vivir la vida
de aceptar el abrazo del amigo de pago
en el carnal encuentro que te deja las cuentas
de la angustia y el llanto a saldar con monedas.
Tu universo Ramona
es un drama vivido con música de tango.
Dos por cuatro lo bailas, día a día lo padeces,
un hoyuelo rosado es flor en tu sonrisa
y cuando se hace noche
el monstruo de la culpa te atormenta.

Y gimes bandoneón y las lágrimas negras
del rimel que se corre por arqueadas pestañas,
sin ensuciarte el alma, te tiñe de luto las mejillas.

Martha Lorena Martínez Montalvo (Coahuila/México)

Resérvame un lugar

Resérvame un lugar en los tibios alientos
de tu seno poblado de besos,
en la blanca sábana de tu pensamiento
intachable, desnudo de maldad,
de lides necias, de erráticas disertaciones
entre mástiles sordos en barcos sin rumbo.

Resérvame un lugar en tu espalda generosa
para transportar mis sueños de niña,
mis ansias de mecerme en la cuna de la luna
donde mis ojos cerrados son respetados por
luceros que se apagan, cuando la luz de
mi mente voladora visita tus vergeles.

Resérvame un lugar donde
la música celebre el nacimiento
de la vid que alimenta las almas visitantes,
las que han renegado de la fruta prohibida que
acorta los años, los meses, los días
y viven la eterna vida de una nota sostenida.

Resérvame un lugar en la hierba florecida,
visitada por los murmullos del sol
que sofoca el rayo estridente de su voz fiera
y dice en caricias cálidas palabras de vida,
ese sol que se oculta humilde para que las nubes
amamanten la vena sagrada de los hijos de la tierra.

Resérvame un lugar en tu corazón dorado,
casa de sonrisas en eterna vigilia,
casa del mar, del cielo y de la tierra
y cuando quieras, llámame,
yo atiendo, pero, te suplico,
resérvame un lugar, contigo.

Pepa Nieto (Madrid/España)

Muchachas a punto de suicidio

Vuelvo al amor y a sus huellas profundas.
Soy fiel a las raíces
de lo que un día fuera compartido
y sin interrogantes.

Vuelvo al amor y lo paseo
para simplificar las despedidas,
las noches agridulces, y ultimas,
al resplandor debilitado de una vela.

Hablo de la insistencia de los ojos,
de párpados hundiéndose en mi nombre,
o de las emociones
violentamente ocultas.

Todo lo que en el amor
está fuera de tiempo
lo hago propio y lo expongo
para favorecer a las muchachas
a punto de suicidio.

Vuelvo al amor para no asesinarme.
Para que no se pierda
mi deseo nocturno
de admirar los colores,
su palpitante e íntima belleza.

Respondo a la espera impaciente
de mí misma.
Me abro y me fundo en los aromas.
Habito esos lugares
donde fluyen los ríos cargados de futuro.

Las muchachas a punto de suicidio,
deberían seguir mi actual estrella.
Desciendo a la locura de las lilas,
las abrazo.
Elevo mi desnudo.

Es la hora del cuerpo.
De desterrar el amarillo de este otoño
y buscar del amor
sus aguas transparentes.

Aconsejo beber a las muchachas
este elemento universal y libre.

Nela Rio (Fredericton-New Brunswick/Canadá)

Adelina en marcha

En un asombro de higuera
se ha reconocido.
Escribir siendo mujer
tiene extraordinarias consecuencias.

El cuerpo registrando el tiempo
que corre en ciclos
desde una pubertad que apenas ya distingue
hasta este instante en que súbitamente se detiene.
El esplendor de la sangre
retornando a su recorrido original,
sin consecuencias.

Se contempla satisfecha en el gran espejo
que su sexo ha revelado
ve su imagen compartida
circular y mítica,
nada se ha detenido.

Se reclina en las barandas para mirar más allá.
Hechizada toma la pluma y echa a volar.

Lady Rojas Benavente (Montreal/Canadá)

Elfos de aurora

Ebrias de vida desafiante
Sorpréndanse a sí mismas con tiernas alegrías
Tonifiquen la energía del noble saber
Únanse ante los fofos gigantes
del miedo y de la impotencia,
Diviértanse extirpando
cada arena incrustada
en la perla divina
Irradien luz y sonrisa
Ahora y acá
mientras palpitan juvenilmente

Nutran su cabeza,
nutran su espíritu,
nutran su cuerpo,
nutran la esperanza

Tallen su cuarto propio de cara al sol
Elfos de aurora
Simientes de paz.

Marta Raquel Zabaleta (Londres/Inglaterra)

Rilke anotado

El día me deja encapuchada en la desesperanza, una aleta de pescado me cierra la garganta, no halada, pasa el ave y la mastica. Entera.

Es el viejo regurgitar de las pestañas, la iimagen del becerro que nada: en el ventarrón de proa va su mirada.

No porque sea el mío día del repudio a la tortura, ni tampoco,
porque se borren de mis lágrimas
los matices del rojo: existe
este absoluto cansancio del no ser

que revienta en espumas
salivándose.

¿Será el tiempo
una naranja parida en la batalla?

Que se me escapa, que se ya yendo, que
se ha ido, con su sonido falso, el día de mi nombre,

Mi pensamiento va contigo, te estrecha fuerte, ten
millones de cantares y ninguna muerte. Mi última estela
es el cormorán asido de mis alas.

Índice

Álvarez, Andrea Victoria (Caracas/Venezuela)
Coscio, Lucrecia (Salta/Argentina)
Delgado, Silvia (Bilbao/España)
Diaz, Livia (Veracruz/México)
Dünkler, Gloria (Pucón/Chile)
Holguín, Carmen Julia (Chihuahua/México)
Mejía Medina, Waldina (Tegucigalpa/Honduras)
Pedrozo, Amanda (Asunción/Paraguay)
Riestra, Sylvia (Montevieo/Uruguay)
Romano, María del Pilar (Corrientes/Argentina)
Segades, Norma (Santa Fe/Argentina)


Elvia Ardalani (Texas/Estados Unidos)
Arentsen, María Fernanda (Manitoba/Canadá)
Cavero Soledad (Madrid/España)
Díez Serrano, Isabel (El Escorial/España)
Fernando, Ana María (Chubut/Argentina)
Fidanza, Yolí (Buenos Aires/Argentina)
Martínez Montalvo, Martha Lorena (Coahuila/México)
Nieto, Pepa (Madrid/España)
Rio, Nela (Fredericton-New Brunswick/Canadá)
Rojas Benavente, Lady (Montreal-Québec/Canadá)
Zabaleta, Marta Raquel (Inglaterra)