II Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"

Sylvia Riestra (Montevideo/Uruguay)

Pesadilla

La alegría de lo diferente
de lo minuciosamente elegido
de lo amorosa laboriosamente pensado
quizás una pieza antigua de ese rosado mármol
de las abuelas de la mía
de esos mármoles que venían de otras tierras
engarzados en robles
con espejos que les devolvían
paisajes voces aromas su propia belleza.

Atrás empezaba un sonsonete un gesto
una herida desapacible en el roble
una sierra un listón que se quebraba.

Luego el tropiezo con una piedra
una lápida de mármol rosado
el mismo sonsonete
una minuciosa laboriosa
premeditada preparación
del final
cuando un latido feroz bienaventurado
precipitó el comienzo prematuro de la vigilia
abrió la cáscara del primer huevo de la mañana.

El diagnóstico de suicidio
de suicida ser poeta
que no lo opacara mi entusiasmo
ni los huevos abriéndose.
El éxito del diagnóstico
que se le hiciera realidad
que se confirmara darle la razón
y el asfalto avanzando las ruedas
el mármol mecánico ahora gris
el sonsonete la herida desapacible
hacia el roble aquel
el mármol aquel que de rosado pasaba a gris
con los brillos de las luces que se parecían
a esas luces finales
de las que hablan los que volvieron de la muerte
ese cajón que se abría esperando
pero otra vez -quizás el mismo huevo-
en otro en el mismo lado
volvió a latir a oírse
a romperse
a abrirse.

El cuero de la res, su vellón
colgado al aire
para secarse sacarse los restos de vida
de recuerdo,
una pieza de puzzle
recortada sobre el azul intenso
sobre el verde oscuro
intercambio de sitios.
El cuerpo será velado en vinagre
durante la noche
facilita el cocimiento mejora su gusto.
La cabeza del cordero casi intacta colgando del cuero
esa cabeza veía berreaba era feliz
en los cuentos de mi madre,
en la memoria de esos cuentos.
Se recortaba sobre una pradera celeste,
había una oveja que se distraía
un cordero que se aventuraba.
Sobrevenía la pérdida, la búsqueda
el ahogo compartido
yo pedía siempre ese cuento
su principio despreocupado
su final feliz
su angustia su derrotero calibrado
un puzzle cercenado incompleto
la idea de la desaparición insostenible
a no ser por su naturaleza de cuento
a no ser por la felicidad final del reencuentro.
Sobre el cordero caía la culpa siempre cae la culpa
el rayo de dios la intemperie cósmica
“cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
ten piedad de nosotros”
ahora colgando de un árbol de un poste.
Medir el sufrimiento desde ese cuero memorioso
o desde la madre eglógica
buscando en cada foso del terreno
a su hijo perdido.
Se suceden noche a noche
las ovejas blancas rebosantes de lana
las madres que buscan a sus corderos
perdidos de Dios
de la piedad de Dios
de la piedad de los hombres.

Vellón

El cordero asado a fuego lento
su sacrificio
los invitados y los parientes
de los invitados
observan al cordero estaqueado
deprivado, horizontal
en medio de risotadas brasas cenizas.
El cráneo reseco como mascarón de proa terrestre
en medio de un mar verde.
La oveja encontraba al cordero en el final del cuento de mi madre
topaditas de abrigo de lana de vellones de letras de balidos.
La madre del cordero asado busca al cordero desaparecido
los invitados y los parientes de los invitados no la ven no la oyen
o parece
Ella no sabe que repartieron en porciones humeantes la culpa
ni quién se llevó al cordero quién traicionó
el final del cuento de mi madre
quién repartió en porciones la culpa
quiénes silenciarán lo que supieron, lo que saben todavía.

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