Nocturno del miedo
Es de noche.
Tú sabes…
Hay ojos amarillos
edificando negras soledades
en extrañas esquinas.
Y hay corazones ciegos
suplicando mendrugos de palabras
ante espaldas dormidas.
Y hay hombres revolviendo en la tristeza
para encontrar un eco,
un trozo flaco,
las hilachas desnudas de una risa.
Y hay dolores gastados,
y amores sin abrigo,
y mujeres marchitas
vendiendo en la intemperie
su follaje de espinas.
Es de noche.
Tú sabes…
El mundo es una espada
decapitando rosas ateridas.
Es un hueco de vísceras aullantes,
un infierno de luna
diseminando gotas de ceniza.
¡Qué suerte este destino de sabernos,
de tocarnos
y vernos
y sentirnos,
de amarrar,
al ocaso,
la proa de tus manos errabundas
en mi cintura herida!
Abrázame,
amor mío.
Es de noche.
Tú sabes…
En los desfiladeros del silencio
muerden fauces salvajes
las violetas perdidas.
Las madres.
“Ya no es verano. No hay Dios.”
Edith Goel (Argentina-Israel)
Danzan al son del viento.
Danzan con un manojo de memoria
trenzado en el cabello, prendido en la solapa.
Danzan en los umbrales de un insomnio que devora retinas,
que adivina los cuerpos pudriéndose en la entraña del agua turbulenta,
que denuncia las llagas gestándose en los huecos de las noches sin dioses,
que reclama al silencio su azul cosmogonía de esperanza,
vagando por los jueves en la plaza del miedo
ante un pueblo que inventa absoluciones,
que indulta las afrentas.
Danzan sobre su llanto
al ritmo de la lluvia en las baldosas,
al compás de esos nombres que no quiebra la furia
con sus rabos de enconos clandestinos desciñendo relámpagos,
ni la boca asesina consumando rituales de harina fraudulenta;
que no rompe el sigilo de uniformes reptando por senderos impunes
ni la iglesia ocultando la identidad secreta del verdugo
ni la letra amarilla escribiendo otra historia
ni la calumnia alzando sus estigmas
ni la hirsuta impotencia.
Danzan entre el ultraje,
danzan sus terquedades insolentes,
danzan entre recuerdos, entre antiguos retratos,
entre gestos de infancias inocentes encendiendo sonrisas.
Renacidas al mundo desde las hendiduras de sufridas placentas,
paridas por los mismos que parieron sus muslos hace espesos veranos,
delatando los odios que acribillaron pájaros dormidos
cuando urdía la angustia sus tramas de desvelo,
cuando se rebelaron los geranios
y comenzó la ausencia.
Acerca del pecado.
Alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando las granadas.
Clavaba su obsidiana en las rojas entrañas de los frutos,
con tal alevosía,
que los lobos jadearon sus maldades agrestes,
impacientaron los colmillos
y algunas mariposas asustadas volaron a esconderse entre los matorrales de azucenas.
Fue hace muchos veranos.
Cuando cada glicina liberaba resplandores violetas,
podían escucharse los silencios,
crepitaban capullos y misterios entre los alelíes.
Más allá del eclipse que mutiló los flancos de la luna con sus oscuros dientes milenarios.
Más acá de los miedos, de los despojamientos, de los cirios humeantes bajo las hornacinas
encendidos en honor de los dioses de las duras plegarias y las largas vigilias.
Después del caos.
Antes de la desdicha.
En la segunda edad de las tinieblas.
Mientras caía una llovizna lenta sobre la soledad de las diamelas.
Mientras caía una llovizna lenta.
Mientras caía la llovizna.
Fue hace muchos veranos.
Delante de los pétalos donde anida el pecado y lo desconocido
y el rostro de los muertos renace en las texturas del azogue
y una fragancia a espesa desmesura aturde los sentidos
y desde el fondo de la sangre se acercan los demonios a reclamar la ofrenda de las lágrimas.
Detrás de las lavandas que escribían canciones y poemas.
Detrás de las lavandas.
Donde habitaban las serpientes.
Aún nada estaba escrito sobre la piel del odio
y hasta el plantío de las nomeolvides no habían arribado los murciélagos con sus extrañas voces,
sus membranas viscosas,
sus leyendas oscuras.
Nada estaba tallado en las bitácoras de los estupores cuando anduvo la sombra cubriendo el infortunio.
Y los viejos labriegos ni siquiera pudieron presentirla.
No notaron la ausencia de la maga en las eucaristías.
No escucharon gemidos vagabundos,
sofocados en el estanque de los lirios.
Ni el eco de sollozos en el viento
pronunciando los nombres de aquellos que habían sido talismanes, conjuros, amuletos.
Ni el aullido de sueños decapitados como las codornices.
Sin embargo,
alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando todas las granadas.
II Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"
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1 comentario:
Ay, Normita, ¡cuànto de envidia hay en mi admiraciòn!
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