II Antología del Movimiento Internacional de Escritoras "Los puños de la paloma"

Gloria Dünkler (Pucón/Chile)

I

Aquí nadie se conoce
ni sabe uno si la familia del vecino no vale un centavo.
Aquí podemos inventarnos una sangre,
un escudo, una leyenda, una muerte gloriosa,
podemos ser, si se nos place,
una estirpe ungida por el rayo.

II

Mientras la luna rueda por los montes
la abuela canta despacio para que hermanita duerma.
¿Quién es la más linda? –susurra-
porque fuerte es el príncipe que velará a los pies de tu lecho
y con su espada de plata le cortará la cabeza, a un ángel si se burla,
o a la bestia que clave sus garras en mi princesa.

Yo sueño.

Mi cachorrito caminar no puede, sostener su nacimiento.
Se revuelca en la placenta de su madre, y ella gime, pues intuye,
que no levantará cabeza su semilla deforme.

Unser Führer

El bigote parece moverse entre aquellos labios que insultan, que escupen, que encienden, el bigote sobre los dientes, el dedo índice acusando a Dios, el bigote muerde palabras, muerde y escupe.
Aún respiran, aún se arrastran, aun ese cadáver ama, aun en las calles la gente tu nombre grita y en ti sostienen sus almas. Muchachas ingenuas abrazando a sus hijos, obesas nodrizas, grasosas, de mejillas coloradas. Puedo sentir el sudor de esas madres empujando, pisoteándome para lograr tocarte. Después de tu discurso les oigo gemir, alzar sus banderas, amarte, acabar allí penetradas por tu brazo en alto, mientras yo agonizo en una sucia trinchera.

III

Hijo: en este nicho descansan los restos tu abuela. Aquí la ví cruzar el río, y al otro lado, mi linaje fue a su encuentro. Aquí descansa -y que no se te olvide- una mujer que luchó y fue amada.

Rastrillos, muebles, vajilla rota, dentaduras podridas, anónimas calaveras. En el museo conservarán los despojos de aquello que fuimos para el mundo. Nadie posee las llaves de esa puerta en el fondo de la sala: ni la historia ni el ideal de algunos diarios y poemas. Allí respira lo que pensamos en realidad, lo que nadie puede exhibir previa compra de un boleto.

IV

Nuestros padres se fueron encogiendo,
apagándose como pichones heridos.
Nosotros seguíamos aguantando aquí, allá,
husmeando con nuestros hocicos,
marcando provincia,
adiestrando a los cachorros en la pelea del inmigrante.

V

Llafenko era un puma que seguía respirando
oculto en la sierra, lamiéndose la herida,
y rompiendo su silencio un día bajó a tomar agua.
Yo también seguía aquí, resistiendo,
negándome al turismo y a sus carreteras,
a la locura, al asilo, a la dictadura del abandono
al olvido de las almas perdidas de cualquier infierno.
Como un tractor oxidándome bajo la lluvia,
como tejas pudriéndose,
como ratones meando en los graneros,
seguíamos aquí esperando el juicio final.

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